En la cultura occidental, es fácil decir “soy cristiano”. Por lo general, es una declaración sencilla de afirmar y muy común de escuchar en las personas. El problema real es vivir el cristianismo de la manera correcta.
Desde el principio, la iglesia primitiva tenía ciertos rasgos y características que la identificaban, y una de sus marcas más resaltantes era la de ser percibida como una “comunidad de creyentes”, cuyo objeto era creer en una persona: Jesucristo. Sin embargo, el desafío era ¿cómo vivir esa fe? y ¿cómo demostraban lo que eran en esencia?
El contexto histórico de la iglesia acentuaba dicho reto, ya que se desarrollaban en un entorno de idolatría, politeísmo y opresión por parte de un régimen dictatorial que definía cómo debían vivir y en qué creer.
Una de las expresiones más importantes de su fe era la comunión. El pastor alemán Dietrich Bonhoeffer (quien también experimentó un contexto histórico bastante complicado) concluye en su libro acerca de la comunión, lo siguiente:
“la comunión de hermanos cristianos es un don de la gracia proveniente del reino de Dios (…) comunión cristiana significa comunión a través de Jesucristo y en Jesucristo. No existe una comunión cristiana que sea más, ni ninguna que sea menos que ésta”.
Libro: Vida en Comunidad
La comunión cristiana se vive al menos en dos sentidos, la primera es la comunión con Dios a través de la persona de Cristo, y la segunda es la comunión con la iglesia, el cuerpo de Cristo.
La comunión con Dios
El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:16), con el propósito de glorificar a Dios y tener una relación íntima con Él; sin embargo, esa comunión fue rota por el pecado del hombre (Génesis 3). En todo el antiguo testamento, vemos a Dios mostrando el plan de salvación para restablecer la comunión con el hombre; y esto se logra con el cumplimiento de la promesa de la venida del Mesías para salvar a la humanidad (Isaías 49:6-7). Las promesas referente a Él se cumplieron con la encarnación, muerte y resurrección de Cristo.
Antes de su muerte, Jesús instituye la cena del Señor (Marcos 14:22-25), y en 1 corintios 10:16-22 Pablo menciona que al participar del pan, participamos del cuerpo de Cristo, y no solo eso, sino que somos —el cuerpo de Cristo—.
La copa representa ese restablecimiento de la comunión a través de la sangre de Cristo derramada por nosotros (nuevo pacto). La cena del Señor nos recuerda tanto la comunión con Dios como con Su iglesia.
De la misma manera, para tener comunión con Dios es necesario conocerle, y la única forma de obtener ese conocimiento es a través de Su Palabra, la meditación continua de ella y el atesorar Su sabiduría. La Oración también juega un papel importante en la comunión , ya que es el medio para hablar con Dios. La Palabra nos permite escuchar la voz de Dios y la oración nos permite hablarle a Dios.
La comunión en la Iglesia
Es Importante tener en cuenta que, si tenemos comunión con Dios, debemos tener comunión con la iglesia.
“lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.”
1 Juan 1:3 RVR1960
El apóstol Juan afirma que la base de la comunión en la iglesia es la comunión con Dios Padre a través de Jesús. Esta comunión nos llevará a andar en luz, en santidad, en verdad y a tener comunión unos con otros (1 Juan 1:7).
Por tanto, si decimos que somos cristianos, y no andamos conforme a Jesús, al no tener comunión con Su iglesia, mentimos y nos engañamos a nosotros mismos.
La comunión en la iglesia es la relación íntima que hay entre los creyentes, fruto del arrepentimiento genuino y la fe en Cristo. En Hechos 2:40-47, observamos que la comunión era una característica de la iglesia que estaba emergiendo; al creer en el mensaje que estaba siendo predicado por los apóstoles.
La nueva comunidad crecía y se mantenía firme en “la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (v. 42). La forma en que lo hacían se encuentra en los siguientes versos: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (v. 43-46).
Para ellos, estas cosas no eran opcionales, sino más bien una marca relevante de la iglesia. Esto los definía, identificaba y asociaba como creyentes. Tampoco era algo impuesto; ya que la “perseverancia” era dada por Dios, como algo natural producto de una fe genuina.
La comunión tiene un componente relacional. Para el ser humano las relaciones son importantes y en muchas ocasiones nos definen; por ejemplo, si una persona pasa mucho tiempo con borrachos, drogadictos o chismosos, es probable que no solo lo asocien y etiqueten como uno de ellos, sino que termine adoptando sus hábitos, lo que sería altamente peligroso y lamentable.
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.”
2 Corintios 6:14-18 RVR1960
Pablo enseña, que los creyentes no se unan a yugos desiguales, no refiriéndose solamente a relaciones maritales, sino también a intimar en exceso con personas que no comparten nuestra fe, resaltando que no debemos participar en las obras malas que los incrédulos hacen.
Generalmente estos versos son mal interpretados, algunos exageran al punto de llevarlos a un legalismo dañino para el evangelio, limitando al creyente a reunirse sólo con cristianos. Otros los descontextualizan, como se señaló antes en el caso de las relaciones de marido y mujer, olvidando que un incrédulo es todo aquel que no cree en Jesús.
Debemos tener cuidado de no caer en estos extremos, y de vigilar nuestras relaciones, para evitar que estas no sean más influyentes en nuestra vida que nuestra propia relación con Cristo y Su iglesia.
La necesidad de la comunión
Para el creyente es un anhelo del corazón tener comunión con Dios y Su Iglesia
“porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad.”
Salmos 84:10 RVR1960
Cuando tenemos comunión con Dios a través de Su Hijo, nuestro anhelo no es otro que estar en la presencia de Dios, de manera íntima y con la congregación. Esto se vuelve nuestra necesidad y preferencia.
La nueva naturaleza que obtenemos al creer en Jesús nos capacita para disfrutar y anhelar la comunión con nuestros hermanos. Solemos cantar el Salmo 133, pero:
- ¿Es realmente lo que queremos?
- ¿Es bueno y grato para nosotros alabar a Dios juntos en armonía?
…
Amado hermano, en este tiempo de cuarentena estamos dispersos, pero seguimos siendo la iglesia de nuestro Señor Jesús, la Iglesia Bíblica Metropolitana.
Que nuestro anhelo sea volver a congregarnos con un entendimiento renovado, y que la influencia de esta pandemia repercuta en una fe más sólida, que evidencien a Cristo en nuestra vida.
Por Hno. Jesus Rivera