Escrito por Jorge Boscan

25 de julio de 2020

Leer 1 Corintios 10:28-31

El Teólogo Norteamericano Juan Stam, quien ha estado residenciado en Costa Rica por mucho tiempo, describe maravillado el proceso de plantación y crecimiento del plátano. Juan ha visto muy de cerca todo el proceso de crecimiento, ya que vive en una localidad donde los sembradíos de este fruto pueden verse en cada lugar. El vástago de esta planta llega a crecer de manera robusta y frondosa, sabiendo que al final del proceso cuando aparece el ansiado fruto, llega también la hora de poner la mirada en los vástagos más pequeños que crecen alrededor de la planta, debido a que, con la llegada de la “hechura” del fruto del plátano también llega el final de la misma; es decir, la planta agota toda su energía en producir un solo racimo; para dar luego paso a que sea cortada la planta y el racimo de frutos producido, dejando lugar a los “hijos” pequeños que crecen alrededor, los cuales aprovecharán la planta caída para su mejor progreso y crecimiento.

Una lección adecuada

¿No les parece esto una lección para nosotros, muy acorde con la difícil situación que vivimos?, en contraste, nuestra actitud muchas veces no se parece en nada a lo que hace esta planta que glorifica a Dios en toda su trayectoria, produciendo y gastando toda su existencia para entregar un único fruto. Mucha gente en cambio, agota todo su esfuerzo en cantidades de cosas dejando de lado lo principal: El agradar a Dios en medio de lo que hacen.

¿Cuantos de nosotros desviamos por el trabajo y otras ocupaciones el propósito principal de vivir para alabanza de la Gloria de Dios? (Efesios 1:12). No sólo la planta muere entregando su fruto, sino que alimenta y sirve de guía a los vástagos que van creciendo. El Apóstol Pablo en la primera carta a los Corintios (1 Corintios 10:31) describe en medio de su argumento una exhortación, donde demanda y exige a la iglesia la realización de todas las cosas en aras de glorificar a Dios, de manera que, nosotros hoy día también podemos usar este pasaje en conexión con la ilustración inicial para mirar algunos aspectos de cómo dedicar todas las áreas de nuestra vida para Glorificar a Dios:

Una lección para cada individuo en estos tiempos

En el versículo 25 del capítulo 2 de Eclesiastés, Salomón dice: “Porque ¿Quién comerá, y quién se cuidará, mejor que yo?”, esta misma pregunta la realizan muchas personas en medio de la pandemia y demás tribulaciones que vivimos, donde más allá de las prevenciones y recomendaciones que se reciben, pudieran algunos pensar que pueden cuidarse por si solos y de mejor manera sin tomar en cuenta a Dios ni a los entes correspondientes y pensando en su bienestar y futuro, llegando a confundir necesidades y cuidados preventivos con egocentrismo; dando muchas veces más importancia a la adquisición de comida y cuidado, que a la comunión cercana e íntima con Dios, teniendo entonces a estas necesidades físicas en un grado que va más allá de los límites establecidos por Dios, colocándole a Dios, en un estado secundario y de consulta momentánea, pensando entonces en su propia provisión como un recurso que se obtendrá por sus propios medios, sin tomar en cuenta los preceptos de Dios, mostrándose como un ser humano de esos que piensan que todo lo que han obtenido, ha sido gracias a “su propio esfuerzo”. Nada más fuera de la realidad, pues al mismo Salomón le fue muy mal por creerse autosuficiente y por buscar sus propios beneficios sin entender que el comer y beber también debían recibirse como bondades de Dios.

Una lección que se entiende y práctica,

los pasajes de Efesios y 1 Corintios consultados anteriormente hablan tanto de nuestro propósito, como de la acción diaria de glorificar a Dios, es decir, no se trata sólo de entender, decir y saber que debemos glorificar a Dios, sino de llevarlo también a situaciones prácticas, donde las circunstancias y dificultades, se presentarán como medidores de una realidad que evalúa si estamos realmente “hechos” para dar todo nuestro esfuerzo por cumplir a cabalidad con la voluntad de Dios en nuestras vidas, o por el contrario colocarnos en un punto similar al de Salomón, quien en algún momento de su vida, como vimos anteriormente, dejó de tomar en cuenta la realidad de la existencia de Dios y menospreciando atributos como los de: poderoso, soberano, omnisciente, omnipresente, y olvidando de este modo, que Dios siempre podía conocer y estar muy de cerca observando las acciones irregulares del gran sabio Salomón.

La planta descrita al principio soporta periodos difíciles antes de poder llegar hasta el punto de entregar su fruto, sin embargo, esta se esforzará al máximo por cumplir con el propósito de su creación: entregar el anhelado y esperado fruto; pues nosotros a pesar de las exigencias debemos también mostrar en todo momento los dones y capacidades que nos distinguirán como creación glorificadora de Dios. Si somos realmente creyentes, este deberá ser nuestro objetivo y fin último cada día de nuestra existencia: glorificar a Dios, sin menospreciar su voluntad y soberanía, aceptándola sin retroceso ni contienda; evitando así males mayores o tiempos prolongados de disciplina como la recibida por Jonás en aquellos días dentro del gran pez, al no recibir y obedecer la voluntad de Dios, reconociendo al final que Dios tiene más grandes y mejores pensamientos para nosotros y para toda la humanidad.

Una lección que nos coloca en el lugar del otro

es interesante el pasaje que describe Pablo en su 1 carta a los Corintios, donde se observan una cantidad de irregularidades que estaban socavando la unidad de la iglesia y que pretendían colocar a líderes en rivalidad por asuntos que, a pesar de ser importantes, estaban opacando a lo principal o de mayor importancia; pues la contienda y desunión estaban en medio de ellos, no mostrando un real y genuino servicio a Dios. Eran buenos enseñando, mostrando dones y capacidades, pero les faltaba mostrar el amor debido en la medida que demostraban sus capacidades múltiples. Pablo los exhorta a amar a aquellos que en su debilidad no soportaban ver comiendo carne sacrificada a los ídolos a otros creyentes; dejando claro que el mismo apóstol no tenía problema alguno en comer la mencionada carne, por el contrario, por glorificar a Dios y ganar almas para Cristo prefería no hacerlo. Hoy día confrontamos muchas situaciones similares que nos pudieran colocar en entredicho en hacer una cosa u otra por representar a Dios en estos tiempos de pandemia; mas, nuestra mente en el Señor nos debe llevar a pensar no en mi conciencia como dice Pablo, sino en la del otro (1 Corintios 10:29), remarcando que al final nuestra madurez será reflejada por la capacidad que tenemos de pensar en el que está a nuestro alrededor, y que piensa distinto; de manera que mi conciencia fortalecida se vea robusta a la hora de entender a los que me rodean y que no contemplan una situación de la misma que forma que yo. Si en estos días algún hermano no desea que se le visite, pues no debemos llegar a puntos de enjuiciar su posición, debido a que estamos en medio de una situación difícil, no dejando de analizar en todo caso el punto principal de todo el asunto; glorificar a Dios en todo lo que hacemos; siendo esta la posición la que hará distintos a creyentes entendidos y esforzados por cumplir con la voluntad de Dios.

Conclusión

Debemos continuar dando lo necesario por glorificar a Dios, entendiendo que nuestro aliento mismo es permitido por la voluntad de Dios, ni un cabello nuestro será tocado a menos que en su soberanía Dios lo permita, por lo que avanzar y esforzarnos en el Señor es nuestro deber natural como hijos, obedeciendo y practicando sus mandamientos como símbolo de aceptación gozosa en las dificultades que se presentan, así que mucho más dichosos seremos cuando estas cosas que suceden, nos encuentren cumpliendo con la voluntad de Dios en medio de las diferentes limitaciones; por lo que hasta el último aliento debemos estar animados y afirmados por la esperanza que tenemos en Cristo.


Ps. Róbinson Moreno

Otros artículos de interés…

Devocional: «El Mesías prometido»

Dios prometió vida y salvación a través de Jesucristo a un pueblo que vivía en medio del engaño y la falsedad, que vivía en oscuridad y muerte espiritual.