Escrito por Jorge Boscan

18 de abril de 2020

Grandes multitudes iban con Él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.

Lucas 14:25-27

Durante los últimos 11 años de mi vida he tenido el privilegio de servir al Señor en dos iglesias distintas, de las cuales he aprendido mucho. En ellas se me ha enseñado como debo amar al Señor, amar a mi prójimo, ayudar a los necesitados, dar a conocer el evangelio a los perdidos, respetar las autoridades, perdonar, formar una familia ejemplar, vivir para la Gloria de Dios, e incluso amar y ayudar a mi enemigo, entendiendo que esto es bueno y agradable al Señor, entre otros principios bíblicos.

Debo ser honesto, y confesar, que no ha sido nada fácil poner en práctica todo lo aprendido, porque aún sigo viviendo en un cuerpo de pecado, que el Señor, en su Gracia, me está ayudando a santificar día a día, hasta llegar a ser semejante a Él. Como escribe el apóstol Juan:

Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.

1 Juan 3:2

No es tan fácil como parece

Lucas narra este episodio de nuestro Señor, de una manera dramática y drástica al mismo tiempo. Él menciona en el Vs. 25 que «grandes multitudes iban con el Señor». En este contexto, la multitud que le seguía no era como la de otras ocasiones que menciona la Escritura – por ejemplo, en Juan 6:26 se afirma que la multitud le seguía porque le había dado de comer (pan)»-, si no que el Señor iba camino a Jerusalén, a celebrar su última Pascua aquí en la tierra, junto a sus discípulos, para luego ser entregado, y morir crucificado en una cruz.

Es a esa multitud de peregrinos que iba detrás de Él, a celebrar la Pascua en Jerusalén, a la que Jesús les hace un alto, y les explica claramente el costo de seguirlo. Cristo le deja claro que Él no quería multitudes de seguidores; a Él no le interesaba el volumen de gentes, que decían ser «sus discípulos», sino que Él estaba interesado en verdaderos adoradores, que hicieran un compromiso con Él.

Por eso Jesús enfatiza ¡Quién puede ser su discípulo, y quien “NO” puede serlo!

El Señor es quien pone las condiciones

Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.

Lucas 14:25

Me llama mucho la atención que en nuestros días, una gran parte de nuestra sociedad se identifica como cristiano o seguidor de Cristo, porque:

  • Leen la Biblia
  • Oran cuando tienen problemas o necesidades.
  • Asisten los domingos a una iglesia cristiana.
  • Ayudan a los necesitados.
  • Ofrendan.

En otras palabras, se hacen llamar a sí mismos «seguidores de Jesús» por lo que hacen.

Es interesante notar que el Señor en ningún momento le dice a la multitud que haga lo que, quizás, muchos de nosotros hacemos para así identificarnos como «cristiano»; por el contrario, Él va más allá de lo que nosotros podemos hacer o dar. Él es tan drástico que, para ser su discípulo, necesitamos ver con una actitud de aborrecimiento (ojo, no “odiar”), todo lo que le quita el primer lugar a Dios en nuestras vidas. En otras palabras, lo que quiere decir el Señor es que, si nosotros queremos ser verdaderos discípulos, debemos tener a Jesús como lo más alto, sublime, hermoso, digno, precioso y valioso del mundo. Que no haya esposa, hijos, padres, carros, carreras, casas, empresa, trabajos, etc., que podamos considerar más valiosos que Él en el universo.

Renuncia y compromiso

Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.

Lucas 14:27

Ninguno que diga ser discípulo de Jesús, un militante de su ejército puede enredarse en asuntos que pongan en juego la fidelidad a Él. Como discípulos de Jesús, no podemos estar relacionados con cosas que nos dirijan al lado opuesto de donde está el Señor.

Si somos de las personas que valoran las posesiones, el trabajo, las relaciones familiares, e incluso el disfrute lícito, y decimos ser cristianos, profesando ser hijos de Dios, debemos entender que estas cosas deben quedar en un segundo plano.

Si en algún momento nos toca elegir entre estas cosas y el Señor, siempre elijamos a Jesús y su Reino, aunque vaya en contra de nuestros propios anhelos y deseos.

Porque si no estamos dispuestos a renunciar a cualquier cosa de este mundo, por seguir a Cristo, ¡NO podemos ser sus discípulos! Así leamos la Biblia, ofrendemos, ayudemos a la gente, seamos miembros de la Iglesia Bíblica Metropolitana, pertenezcamos a un Ministerio, etc., ¡si no renunciamos a todo por ganar a Cristo, no somos sus discípulos!

El discipulado cristiano establece que todo aquel que quiere seguir a Jesús debe tomar su Cruz y morir allí.

Miguel Linares

Jesús hace una invitación a todos los que quieren servirle. Es un compromiso que implica ser crucificado con Él. Él no promete, a aquellos que quieren seguirle, bienes materiales, carros, villas y castillos; sino, más bien, ir al Golgota con Él, a crucificar el “yo” (el amor por el mundo, sus propios pecados).

Un predicador decía: «Es en el Golgota donde una persona sabe si realmente en un verdadero discípulo. Es allí donde se sella ese pacto de compromiso».

Un ejemplo de lo que significa «renuncia y compromiso»

Uno de los ejemplos significativos de un «verdadero discípulo», que encontramos en las escrituras del NT, es al apóstol Pablo. Él escribió lo siguiente, hablando acerca de sí mismo, e inspirado por el Espíritu Santo:

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Gálatas 2:20

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo

Filipenses 3:7-8

Amados hermanos, si queremos resucitar con Jesús a novedad de vida, si queremos pasar la eternidad junto a Él, tenemos que morir con ÉL, tenemos que ir a la cruz con Jesús. El apóstol Pablo crucificó su » YO» con el Señor para ya no vivir para sí mismo, sino para aquel que murió en la cruz por su miseria y sus pecados.

En toda la era cristiana, nunca ha sido fácil ser un discípulo de Jesús, porque seguirle implica tomar nuestra propia cruz. Esto, humanamente, no nos gusta, porque eso significa dejar todos nuestros anhelos y deseos egoístas a un lado, por causa de Cristo.

Palabras finales

Hermanos, estamos atravesando por momentos muy duros y difíciles; pero, ¿sabías, que es aquí, en medio de las pruebas y tormentas, donde mostramos si realmente somos verdaderos discípulos? ¡Es en medio de la tempestad que los verdaderos discípulos toman su Cruz y le siguen!.

Estamos en medio de una pandemia mundial inesperada, que ha causado la muerte de muchas personas, cambiando nuestro estilo de vida radicalmente, derrumbando nuestros planes, cambiando incluso la misma dinámica de la iglesia, entre otras cosas.

Quiero invitarte a que reflexionemos y examinemos nuestras vidas, considerando las siguientes preguntas, y respondiendo con honestidad a las mismas:

  • ¿Qué calidad de discípulo estoy siendo para El Señor en este tiempo?
  • En situaciones difíciles y tentadoras, ¿Qué decisiones estoy tomando como discípulo del Señor?
  • ¿A qué cosas debo renunciar para evidenciar que soy un verdadero discípulo?
  • ¿ En medio de esta pandemia, y de la difícil situación, estoy tomando mi cruz siguiendo a Jesús fielmente?

¡Dios te bendiga, amado hermano! ¡Ánimo, que el Señor está pronto en venir por aquellos que han tomado su Cruz y le siguen!

Por Denys Payen

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